jueves, 11 de marzo de 2010

Anhelo Hernandez



Anhelo Hernández (1922 - 2010) ha conciliado su sólida formación artística con la libertad formal necesaria para expresar motivaciones de tipo social y político. Su labor intelectual y docente le ha permitido conservar una postura indagatoria en los recursos técnicos y una actitud de vigilia autocrítica a la hora de fundamentar sus opciones estéticas. Se ha dedicado de modo continuo a la pintura, pero también ensayó el grabado en linóleo y madera, para luego experimentar la técnica litográfica sobre chapa de zinc. Más tarde incorporó a estos procedimientos la imagen fotográfica, y poco después volcó su destreza de dibujante a la técnica del aguafuerte y al trabajo con imágenes en matriz digital.

Su categoría artística y su extensa trayectoria fueron reconocidas con holgura en toda América, así como en Barcelona, Moscú y Pekín. "Hernández viene a inscribirse naturalmente dentro de la más alta tradición del arte moderno americano y, por lo mismo, se ubica con perfecta naturalidad en el marco de nuestro propio y espléndido acervo patrimonial. Su obra nos enfrenta a espejos que, junto a las cifras diáfanas de la armonía y la belleza, no dejan de convocar los reflejos siniestros de la abyección que compartieron nuestras sociedades bajo las ominosas dictaduras de los años 70", destaca la Directora del Museo Sívori, arquitecta María Isabel de Larrañaga.

Formado en el mítico taller de Joaquín Torres García -y destacado integrante de la prestigiosa escuela uruguaya-, Hernández exhibe además influjos de Picasso, Matisse y la escultura precolombina. El arquitecto Alberto Petrina lo define como "un artista de verdadero linaje americano, en quien ciertas huellas de las corrientes modernas europeas -a las que se impone una visible empatía con la grandeza tenebrosa de la escuela española- se suman a los asuntos dictados por el horizonte cultural de su tierra natal y de su tiempo". Y agrega: "En el inmenso fresco que compone su obra polifónica, Anhelo Hernández tiende puentes secretos entre los planetas de Ptolomeo, el Siglo de Oro y la tumultuosa, feroz historia de nuestras ‘crueles provincias': una fantástica red de nuevos mitos, en la que unas hieráticas meninas son inesperadamente escoltadas por centauros charrúas y caudillos sueltos como el viento. Y siempre, y además, la ardiente persistencia de la carne, desde el trémulo abrazo de ‘El pecado' hasta la atroz memoria que serpentea en la ‘Tortura a Jaime Pérez' o congela la náusea de sus violadores y colgados".


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