TEATRO
ISABELINO
l EL
TEATRO ISABELINO: (1558-1625) es una
denominación que se refiere a las obras dramáticas, es decir que tienen un
final trágico, escritas e interpretadas durante el reinado de Isabel I y se
asocia tradicionalmente a la figura de William Shakespeare.
l ISABEL I: Fue reina de Inglaterra y Irlanda desde el 17 de noviembre de 1558
hasta el día de su muerte. Hija de Enrique VIII, nació como
princesa, pero su madre, Ana Bolena fue ejecutada cuando ella tenía tres años,
con lo que Isabel fue declarada hija ilegítima. Sin embargo, tras la muerte de
sus hermanos, Isabel asumió el trono.
l WILLIAM SHAKESPEARE: El mayor de los dramaturgos isabelinos, nace en 1564, en
Stratford-upon-Avon. No pasa por las escuelas universitarias, aunque se sabe
que estudió en la Grammar School de su pueblo. Allí debió leer a Séneca
y a los poetas y comediógrafos latinos. Desde 1587 año en que se marcha a
Londres, escribe sus primeros ensayos sobre teatro al tiempo que sus comedias.
Al arte
de la escena dedica toda su vida: como actor, director y administrador de “El
Globo”, junto al gran actor Richard Burbage. Hereda del teatro inglés el genio irónico y burlón que no
podrá dominar ni siquiera en las tragedias más patéticas. A la
inversa, el suspense, la tensión dramática, la reflexión profunda sobre la
condición del hombre y la existencia no están nunca ausentes de sus comedias.
Shakespeare, tenía la capacidad de crear un mundo imaginario autónomo cuyos
personajes son caracteres verosímiles, en la medida en que se asemejan a seres
vivientes, intrincados, contradictorios y profundamente orgánicos, con los cual
parece desvanecerse la presencia del artista que los ha configurado; asimismo,
cabe destacar la variedad que se pone en evidencia en el manejo conjunto de los
diversos géneros dramáticos y de sus múltiples gradaciones intermedias, en
manifiesta oposición a la tesis aristotélica de que los autores generalmente
practican ya la tragedia ya la comedia, pero casi nunca ambas especies.
l LA ERA ISABELINA: Al cabo de la gradual evolución que había comenzado en sus
remotos e inciertos orígenes medievales, el teatro inglés reveló en el siglo
XVI síntomas inequívocos de una toma de conciencia, que aspiraba a resolverse
en una creación escénica original y definitiva que permitiera la maduración y
síntesis de las experiencias dramáticas adquiridas hasta entonces. Los factores
que contribuyeron a transformar este deseo en una realidad plena deben
explorarse en un complejo juego de circunstancias propicias que estimularon la
consolidación social y el perfeccionamiento artístico de drama. Estas
circunstancias pueden distribuirse en tres grupos principales:
1) las
condiciones histórico-sociales de Inglaterra en las postrimerías del siglo XVI
2) los
estímulos que favorecieron el afianzamiento institucional del teatro;
3) el
desarrollo de un instrumento poético apto para la literatura dramática.
Por supuesto, los
historiadores del drama inglés se preguntan de qué modo fue posible una
receptividad tan amplia. Con la intención de proporcionar una respuesta, se ha
elaborado un esquema que podría denominarse “teoría de los niveles”, especialmente aplicado a la producción de
Shakespeare; según esta interpretación, cuando un autor isabelino concebía una
pieza teatral, en forma casi espontánea su imaginación tendía a fundir muy
diversos elementos que apelaban simultáneamente a diversos sectores del
auditorio. La escenografía era casi desconocida, de modo que la acción podía
paras de un sitio a otro sin interrupciones; a fin de que el público pudieses acudir
a su propia fantasía para evocar el lugar en que transcurrían los sucesos, con
frecuencia los personajes describían oralmente el imaginario ámbito en que se
hallaban. El escenario carecía de telón, y como las sangrientas anécdotas a
menudo concluían diseminado sobre el tablado abundancia de “cadáveres”, para
evitar el efecto ridículo de una “resurrección” general que permitiera
retirarse de escena a los actores fingidamente “muertos”, se procedía a
sacarlos con gran boato en solemne procesión fúnebre, como sucede al final de
Hamlet. La práctica isabelina excluía de las representaciones a las actrices;
por consiguientes era asignados intérpretes masculinos; a decir verdad, desde
1583 se suceden en Inglaterra esporádicos indicios e imprecisas noticias acerca
de la presencia probable o efectiva de mujeres en el ejercicios histriónico,
pero su aparición oficial, Shakespeare presentó Otelo, con la advertencia de “introducir la primera mujer que llega a
desempeñarse en el tablado, como partícipe de la tragedia El Moro de Venecia”.
La mayoría de las piezas teatrales se escribía en verso; pese a ello, era
frecuente alternar verso y prosa, a fin de reservar esta última para los
parlamentos de personajes cómicos o rústicos y para los pasajes de menor
intensidad poética. El teatro prontamente asimiló el verso blanco, pero todavía
era un medio imperfecto, de ritmo monótono, artificial y rígido, que se
adecuaba muy poco a la naturalidad dramática de la expresión oral; solo Shakespeare
se mostró capaz de convertirlo en un metro flexible, pleno de libertad, apto
para toda clase de modulaciones verbales y adecuado para comunicar hasta los
detalles más sutiles de la compleja psicología humana. Las ventajas del verso
blanco consisten en que admite innumerables variantes y en que su pie yámbico
es el que más se aproxima en inglés al ritmo del lenguaje cotidiano.
l EL TEATRO POSTISABELINO: A la muerte de Isabel I, en 1603, llega al poder Jacobo I. El
fastuoso avance de la comitiva real hacia Londres parece que constituyó el
mayor espectáculo del momento, un espectáculo en el que el rey era el principal
actor. El lujo y ostentación eran signos del absolutismo real al que se le
atribuía un origen divino. Su reinado representó el auge de las llamadas mascaradas,
consistentes en espectáculos de gran tramoya, en los que eran más importantes
los aspectos visuales que los textuales. El mayor organizador de estas
mascaradas fue Iñigo
Jones, que había aprendido en Italia el arte de la
magnificencia del teatro, el de los grandes efectos. Iñigo Jones, que venía de
una Inglaterra austera, quedó deslumbrado por los italianos, y por el marco de
sus espectáculos. Entre otros, pudo admirar el fastuoso teatro de Vicenza. Al
volver a Inglaterra siguió innovando por su cuenta en esta vertiente
decorativista al servicio de historias simples, poéticas, de tono muchas veces
pastoril, recitadas al son de músicas ensoñadoras. Por su lado, la representación
de la comedia y la tragedia se vio, en los teatros públicos, afectada por el
gusto del pueblo y de una nobleza amiga de sensacionalismos. En la tragedia se
extremó el senequismo. Los temas del desenfreno sexual, de los celos, torturas
y traiciones eran moneda corriente. Todo ello sazonado cada vez más por
invocaciones al diablo o apariciones de espectros. Con la llegada al poder de
Carlos I, en 1625, el teatro de corte impulsó aún más las mascaradas. El propio
rey y la reina participaron en ellas, con gran escándalo e indignación de los
puritanos ingleses. El triunfo de Cromwell hizo que se prohibieran las
representaciones escénicas, con lo que se cerró el mayor capítulo del teatro
inglés.
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