lunes, 28 de marzo de 2011

lunes, 14 de marzo de 2011

domingo, 13 de marzo de 2011

EL ARTE DEL RENACIMIENTO



En torno a la palabra “Renacimiento”Renacimiento es una palabra que generalmente se entiende, pero poca gente podría definirla con exactitud. Por lo general se admite que este período se inicia en Italia antes que en ningún otro sitio, en el s. XV o en algún momento del s. XIV quizá tan pronto como con Giotto (muerto en 1337), y que concluye en el siglo XVI, entre las muertes de Rafael (1520) y la de Tintoretto (1594). La palabra, obviamente, significa “nuevo nacimiento”, y no hay duda de que los italianos de esos siglos consideraron su época como la más preeminente desde la caída del Imperio Romano, y en esta opinión ha abundado la posteridad. Esta idea de un nuevo nacimiento de las artes y las letras, tras mil años de letargo, es genuinamente italiana como puede comprobarse fácilmente en el siguiente fragmento de una carta de Marsilio Ficino a Paul de Middelburg en 1492, en la que dice:

“Este siglo, como una edad de oro, ha vuelto a iluminar las artes liberales que casi se habían extinguido: gramática, poesía, retórica, pintura, escultura, arquitectura, música, la antigua melodía de la lira órfica, y todo a la vez en Florencia. Alcanzando lo que apreciaban los antiguos, pero olvidado desde entonces, esta época ha unido la sabiduría con la elocuencia, la prudencia con el arte de la guerra, y esto es patente en Federico, duque de Urbino, como si hubiera sido ungido por la misma Pallas. Entre vosotros también, mi querido Paul, este siglo muestra el perfeccionamiento de la astronomía y, en Florencia, la enseñanza platónica ha surgido a la luz desde la sombra (…)”Esta carta, leída con detenimiento, nos muestra los tres grandes ejes sobre los que se fundamenta y desarrollará el Renacimiento, que son: un extraordinario florecimiento cultural; un esfuerzo consciente por recuperar los valores formales y espirituales de la Antigüedad clásica, aspirando a una síntesis que re-crease la civilización grecorromana y la civilización cristiana; y la renovación del pensamiento teológico y filosófico a través del redescubrimiento de la filosofía de Platón (idealismo platónico) y del Humanismo.


El Renacimiento que se produjo en la Italia del s. XV no fue el primero, ni tampoco aquélla fue la primera vez que los artistas miraron hacia atrás y aprovecharon las enseñanzas del arte clásico. Pero sí era la primera vez que, al hacerlo, tuvieron conciencia de estar inaugurando una nueva época, de que habían roto decididamente con el pasado inmediato y de que siguiendo los modelos antiguos, estaban rescatando el arte de la imparable decadencia en la que se había visto sumido durante los siglos precedentes. Para ellos los últimos diez siglos de la historia eran, simplemente, el medium aevum, lo que estaba en medio, esa época oscura que separaba el presente de la venerada antigüedad romana que pretendían resucitar. Ese anhelo de recuperar la Antigüedad encerraba un profundo sentimiento de frustración: Italia, que en el pasado había dominado el mundo entero se veía reducida a una mera suma de pequeñas ciudades-estado desunidas entre sí y sometidas a la autoridad de un Imperio que seguía siendo romano, pero también germánico. Y encerraba, así mismo, una decidida voluntad de regeneración política: recuperando la lengua, las instituciones y las costumbres de la vieja Roma podrían hacer revivir el antiguo esplendor de aquella tierra.
Pero no fue solo un sentimiento de este tipo la causa de que los artistas volvieran sus ojos al arte clásico. Había otra razón igual de importante, o aún más: el arte clásico les ofrecía un camino seguro para lograr esa imagen real del mundo que suponía el reto principal al que se estaba enfrentando el arte siglo XV.

CONDICIONANTES HISTÓRICOSHay un acontecimiento histórico que marca esta época: la caída de Constantinopla, la antigua capital bizantina, en manos de los turcos (1453). Este hecho provoca, a su vez, que se produzca el cierre de las grandes rutas comerciales que comunicaban a Europa con Oriente a través de Asia, y la llegada a occidente de pensadores y científicos huidos de Constantinopla. Cerrado el Mediterráneo oriental por los turcos, los comerciantes y marinos occidentales buscarán una alternativa marítima; primero intentarán bordear el continente africano para llegar a las Indias, después Colón, como es sabido, descubrirá en 1492 el continente americano. Este hecho impulsará definitivamente el empuje económico de Europa occidental a lo largo de los siglos siguientes. La ampliación del mundo conocido es el acta de nacimiento de mundo moderno. Ya durante la Baja Edad Media es apreciable el proceso de fortalecimiento del poder real en detrimento de la nobleza; así como el auge político de la burguesía ciudadana representada en las Cortes. El poder del príncipe y el fortalecimiento del Estado contribuyen al desarrollo de la sociedad civil, aunque la Iglesia y la religión católica no perderán su condición privilegiada. Pero para entonces el Renacimiento ya estaba en marcha en algunas ciudades italianas.
En Italia las cosas habían sido distintas durante gran parte de la Edad Media. Ya hemos visto la poca huella que los estilos medievales cristianos (románico, gótico) habían dejado en su sensibilidad, y cómo se había mantenido un repertorio de formas cuya raíz evidente era el clasicismo. El Trecento italiano, con Giotto a la cabeza, supone ya un claro precedente de la renovación artística que culmina en el Renacimiento. Los caminos que este pintor abre para la pintura en particular y para el arte, en general, son de una gran trascendencia, como ya hemos visto en el tema anterior.

Además, las Repúblicas y Estados italianos ya en el siglo XV, preceden a Europa en la economía organizada. Sus relaciones mercantiles entre Europa y oriente, y su banca cada vez mejor estructurada, la hacen alcanzar una modernidad económica y una estructura social mucho más avanzada y dinámica. La prosperidad económica y la existencia de una poderosa burguesía repercutirá de forma significativa en esta expansión artística. Es Italia la que mejor ofrecerá una alternativa al agotado vocabulario de formas que Europa necesitaba para superar el vacío del último gótico (flamígero). Europa acogerá, en mayor o menor medida, el nuevo estilo. Pero nadie discutirá la primacía de Italia en el desarrollo de las Artes. Y es que el Renacimiento es, ante todo, un movimiento italiano.


El retorno a la medida humanaAl humanismo emotivo del s. XIII (franciscano) viene a sustituirle un humanismo racional. En las universidades se leen los clásicos en griego o en latín, se discuten postulados teológicos y se duda de los dogmas. La imprenta permite la divulgación de la cultura escrita y la brújula permite la ampliación de horizontes y la conquista del mundo.
Por primera vez desde la Antigüedad, el hombre se siente centro del Universo (Antropocentrismo) y reclamará un lenguaje a su medida. En el gótico las dimensiones del edificio poseen al hombre, lo elevan o lo distienden, pero en el Renacimiento será el hombre quien domine el edificio, gracias a sus proporciones creadas por artistas que razonan según métodos y procesos humanos. El equilibrio entre las dimensiones de la planta y la altura responden a una exigencia humana, según la cual no deben preponderar las dimensiones verticales sobre las horizontales. Frente al teocentrismo medieval, se abre paso el antropocentrismo de raíces clásicas.
El hombre es tridimensional, pero se relaciona con las cosas preferentemente sobre el plano horizontal. La contemplación del horizonte es afín a la biología humana, pero la observación de una aguja gótica requiere de un mayor esfuerzo, que se traduce en desazón. En el primer Renacimiento la arquitectura logra encontrar la medida del hombre al establecer proporciones sencillas, ceñidas a una geometría simple y comprensible. Es la misma medida humana que el hombre griego había sabido encontrar para sus espacios exteriores, pero que ahora encontraremos en los espacios interiores.
La figura clave para comprender el Renacimiento nos la da el humanista. Este hombre culto, versado en la Antigüedad, que lee en latín y en griego, que discute sobre Platón o sobre Aristóteles y que conoce las más avanzadas teorías sobre Geografía y Cosmología es, además poeta y un gran dilettante. En el siglo XV era posible reunir en una biblioteca la mayor parte de los libros editados por la imprenta, que es tanto como decir toda la cultura escrita de su tiempo.
En las cortes renacentistas, deseosas de abrirse a un mundo nuevo, estos hombres son reclamados con veneración. Y en manos de ellos está el progreso del pensamiento y de la cultura y, en cierto modo, del arte. Por vez primera la obra de arte es analizada desde el punto de vista del espectador. Era lógico. Los pensadores renacentistas empezaron discutiendo sobre la Idea de la Belleza y acabaron discutiendo sobre la Belleza misma, sobre la cosa bella. Nace así la crítica de arte. Sin embargo, el humanismo siente un gran respeto por el artista, y con frecuencia son amigos, cuando no el mismo artista es un humanista La influencia recíproca es altamente beneficiosa y uno de los rasgos que mejor definen el Renacimiento. El artista consulta al humanista sobre mitos o sobre el ideario clásico y el humanista comprueba visualmente en la obra del artista la validez de sus tesis.
Por otra parte, el trabajo del artista ya no es meramente artesanal, como lo había sido durante la Edad Media. Su trabajo es, sobre todo, reflexión, estudio y experimentación en cualquiera de los campos de la expresión artística. Son intelectuales y hombres libres. El arte dejará, desde ese momento, de ser algo anónimo y el genio creador, individual, pasará a situarse en el primer plano de las manifestaciones artísticas.
Pero el Humanismo es también una nueva forma de concebir el mundo y la religión, que trastoca los fundamentos teocráticos de la sociedad bajomedieval y conducirá a la reforma y ruptura de la Iglesia Católica.
La renovación intelectual que el movimiento humanista emprende de la mano de hombres como Erasmo de Roterdam, supone una reacción contra el espíritu teológico y autoritario medieval, el descubrimiento del hombre en su dimensión clásica. Este antropocentrismo crítico y de carácter laico, produce la manifestación de un individualismo libre, crítico y, a menudo, paganizante, que impulsará los estudios filosóficos y el redescubrimiento de la filosofía de Platón. Las viejas virtudes clásicas se convierten, de nuevo, en los valores de referencia para el individuo culto y crítico. El estudio de la literatura, la gramática, los monumentos y los objetos de la Antigüedad se desarrollan de forma extraordinaria y, con ellos, la figura del mecenas y el coleccionismo de obras antiguas.
No se tratará, en cualquier caso, de una simple vuelta a la Antigüedad, sino del redescubrimiento de sus valores fundamentales como guía y modelo para el hombre cristiano de la Edad Moderna.


FOCOS RENACENTISTAS ITALIANOS Y SECUENCIA EVOLUTIVAEl primer Renacimiento también, llamado Quatrocento, tiene lugar durante el s. XV, y se desarrolla en la ciudad toscana de Florencia, que se convierte en el catalizador del movimiento humanístico italiano. Filósofos y artistas se agrupan en torno a la corte de la familia Médicis, mecenas por excelencia de esta época dorada de la cultura europea. Arquitectos, pintores y escultores se empeñan en una profunda y fructífera renovación artística que será, sobre todo, una revolución; el diseño y la perspectiva, la recuperación del desnudo humano, la conquista de la representación naturalista de la realidad, son algunos de sus logros. La cúpula de la catedral de Santa María de las Flores, obra de Filipo Brunelleschi, es el buque insignia de este período. Escultores como Donatelo y pintores como Masacio, contribuyen a que las artes plásticas se despeguen definitivamente de los planteamientos medievales.
Durante el siglo XVI (Cinquecento) el foco artístico se desplaza a Roma, la capital de los dominios papales. Es el llamado Alto Renacimiento. El papado se convierte en el gran mecenas de los artistas italianos y el arte, aunque no abandona sus raíces clasicistas, queda inmerso en un contexto y simbología puramente católica. El “Saco de Roma” (1527) por las tropas imperiales marca el epílogo de esta segunda fase del Renacimiento. Esta segunda fase supone la madurez en la consecución de los logros alcanzados durante el Quatrocento. Las obras de la nueva Basílica de San Pedro en Roma, capital del Estado Vaticano, se convierten en el gran polo de atracción para los artistas. Maestros como Leonardo da Vinci o Rafael alcanzan la gloria en estos años. Es durante esta etapa cuando las formas renacentistas salen de Italia y empiezan a “colonizar” otros países, como España o Francia. Nuestro país será un magnífico escenario para el desarrollo de unas formas que, durante bastante tiempo, convivirán con el último gótico peninsular, el llamado “Gótico Isabelino”.
Alcanzada la plenitud clasicista que inauguró el Renacimiento, se inicia una época caracterizada por la diversidad, ya que se pierde el carácter unitario del primer Renacimiento. Los artistas pugnarán por mostrar su maestría individual, su genio singular. Querrán diferenciarse mostrándonos su propia “maniera” de hacer las cosas; de ahí que a esta época se la conozca como “El Manierismo”; expresión que hemos de utilizar sin ningún tipo de connotación negativa, como fue habitual hasta hace algún tiempo. Cronologicamente esta etapa se prolonga durante lo que queda del s. XVI. De entre todos los maestros que trabajaron en diferentes focos de la geografía italiana, sobresale la figura de un gigante, Miguel Ángel Buonaroti, arquitecto, escultor, pintor y poeta genial, que dejará su impronta personal en todo el siglo, y cuya influencia seguirá irradiando muchos siglos más.
Frente a este desarrollo manierista del arte, la Iglesia Católica, muy poderosa en Italia como podemos suponer, reacciona ante estas formas estableciendo normas artísticas a partir del Concilio de Trento (1545-1563). Con ello se ponen al servicio de la Iglesia Católica las conquistas estéticas del Renacimiento. Pero será este esfuerzo por codificar las normas artísticas para adaptarlas a las nuevas necesidades propagandísticas de la Iglesia Católica, el que impulse un nuevo cambio en el Arte. La nueva sensibilidad religiosa que el Papado quiere fomentar casa mal con el antropocentrismo renacentista; a finales del s. XVI y principios del s. XVII asistiremos, por tanto, al inicio de un nuevo período en la Historia del Arte, el Barroco. Pero eso ya es otra historia.


En conclusión, el Renacimiento será un estilo marcadamente mediterráneo, que tiene como crisol a Italia, aunque su influencia alcanza a toda Europa, determinando el carácter del arte occidental. Investidos de la categoría de genios sus artífices reivindican la autoría plena de su producción artística. Desaparece definitivamente la etapa medieval, en la que los artistas eran artesanos anónimos. A partir de este momento se afirma de forma irreversible, la libertad creativa y el carácter único e irrepetible de cada obra de arte.

viernes, 11 de marzo de 2011

Aprender a ver la arquitectura

http://ntic.educacion.es/w3//eos/MaterialesEducativos/mem2006/ver_arquitectura/portada.html


Aplicación multimedia dirigida a alumnos de Historia del Arte sobre los rudimentos de la arquitectura como arte y su función social a lo largo de la historia.
El edificio es analizado desde distintos puntos de vista, a través de planos, imágenes y animaciones flash, y dentro de un objetivo global que persigue la decantación de un método de análisis del arte arquitectónico para el alumnado.
Por último, hay que señalar que la oferta de actividades de trabajo y control del proceso de aprendizaje va desde la observación de bocetos arquitectónicos dinámicos hasta un test de autoevaluación

Tomado de: http://recursostic.educacion.es/apls/informacion_didactica/658

viernes, 4 de marzo de 2011

Pablo Picasso: Hacedor de guitarras




En París, en el otoño de 1912, Pablo Picasso hizo una guitarra. No la dibujó, no la talló en madera o la modeló en cera o en barro, no hizo ni un cuadro ni una escultura ni un boceto. Hizo una guitarra, completa, aunque también inútil, una guitarra con sus cuerdas, su mástil, su caja de resonancia con un agujero en el centro, sus clavijas, un objeto tridimensional que a continuación colgó de un clavo en una pared, y le pegó debajo un trozo de cartón doblado como si fuera un soporte, o el filo de una mesa de café. La guitarra la hizo con lo primero que encontró a mano en el gran desorden del taller, que según testimonios contemporáneos tenía mucho de chamarilería o de almacén de trapero, de desván en el que apilados contra las paredes o clavados en ellas con tachuelas estaban algunos de los cuadros que iban a trastornar el arte del siglo XX, aunque por entonces muy pocas personas los habían visto. Hizo la guitarra recortando con unas tijeras de sastre anchas láminas de papel de envolver y trozos de cartón. Las seis cuerdas y los trastes eran hilo basto de atar paquetes. El hueco en el centro de la caja era un tubo de cartón que visto de cerca podría haber pertenecido a un rollo de papel higiénico. La cejuela -acabo de consultar el nombre en una enciclopedia: la pieza horizontal debajo de las clavijas- era un trozo pequeño de cartón doblado por la mitad.

Recortaba, pegaba, apartando de cualquier manera dibujos y hojas de periódico para hacer espacio sobre la mesa. Los grandes ojos románicos los tendría guiñados para evitar el humo del cigarrillo que le colgaba de la boca. El pelo le caería sobre la frente: el flequillo de gnomo y de hombre moderno que aún tiene en las fotos de aquel año y del año siguiente. La expresión de Picasso en esas fotos es a la vez de enajenación y de burla: todo el día, todos los días, yendo a los cafés o encerrándose en el estudio, la mirada, la imaginación y las manos, ocupadas siempre en algo, en observar o en hacer, en observar y en hacer al mismo tiempo, los dedos distraídos doblando un trozo de cartón sobre el mármol de la mesa del café en el que hay una botella, una jarra, el periódico del día, una pipa, o buscando en el bolsillo de la chaqueta un cuaderno en el que anotar cosas o dibujar bocetos, mientras al fondo del café la orquestina toca piezas sentimentales y repetidas, valses, polcas, canciones de moda.

No hay una sola forma que no atraiga la atención clínica de esa mirada, que no despierte en las manos el instinto de hacer, en las yemas de los dedos la apetencia de una pluma o de un lápiz de carboncillo para ponerse a dibujar allí mismo, sobre el mármol del velador. Cada objeto es una epifanía, una forma admirablemente cerrada sobre sí misma, perfecta, sólida, no gastada por el uso, no borrada por su cotidianidad. La botella, la pipa, la caja pomposa del contrabajo, las volutas como de capiteles clásicos en las que acaban los mástiles, ese hueco de negrura en el centro sobre el que resaltan las paralelas de las cuerdas. El espectáculo de lo diario ya había subyugado a Degas, a Toulouse-Lautrec, al monástico Cézanne. Cézanne había enseñado a mirar los objetos puestos sobre una mesa no como ficciones de la luz sino como volúmenes macizos y arquetipos platónicos: la esfera de una manzana, el cilindro de la botella, el ángulo de una mesa, la curva de un mantel dotado de una consistencia caliza. Toulouse-Lautrec se había deleitado con la música de las orquestinas y de los bailes de suburbio. Degas había dibujado bocetos portentosos de contrabajistas vistos de espaldas, de violinistas que establecen con su postura perspectivas imposibles. Picasso, en ese otoño de 1912, fue mucho más allá; no sólo dibujó o pintó lo que veía con esa destreza suprema de un joven talento adiestrado desde niño en las mejores disciplinas artesanales del oficio, exaltado por su descubrimiento de la modernidad en Barcelona y París: en vez de representar las cosas en el espacio plano de la pintura las hizo tangibles, tan presentes como si estuvieran todavía sobre la mesa del café. En vez de pintar al músico fatigado de tocar siempre lo mismo recortaría y pegaría encima del lienzo o de una pieza de cartón un trozo de la partitura misma. En vez de copiar como en un bodegón la botella de licor y a su lado el periódico recortaría la silueta de una botella en una hoja tupida de tipografía, con titulares y noticias terribles o triviales. En la mesa caótica del estudio la obra se va haciendo no con los materiales nobles de la tradición -los pinceles, los botes de color- sino con los residuos mismos de la vida de todos los días, lo más barato, lo que igual cae al suelo y es pisado o barrido o se queda meses acumulando polvo, periódicos, papel de embalar, cajas de cartón, chinchetas, puñados de arena, trozos de madera, hilo bramante, muestras de papel pintado con florecillas y adornos de comedor de medio pelo. Una botella de feroz anís del Mono y una guitarra -en esa época instrumento de músicos ciegos y gente marginal- invocan en París el desgarro de las tabernas españolas. Durante meses, en el otoño y el invierno de 1912, en la primavera de 1913, en el verano de ese año, Picasso inventa, dibuja, recorta formas de guitarras como un pianista maníaco que nunca se fatiga de explorar variaciones posibles de una melodía muy sencilla. El taller, el cuaderno, son lugares de metamorfosis: el hueco redondo de la guitarra es una luna llena o el péndulo de un reloj o la cara redonda de un monigote con mostachos engomados. Su perfil es el de una cara y el de una oreja. Las cuerdas se pueden convertir en cordones de zapato. Las acanaladuras de la madera están hechas recortando papel barato de imitación madera o bien simulando ese mismo papel con un cuidado de falsificación absurda. La botella acaba siendo una clavija o el hueco de una cerradura. La frágil guitarra de papel y cartón y cuerda de envolver se transforma en otra idéntica pero mucho más perdurable hecha de láminas de metal y de cuerdas de alambre. El papel de periódico de los collages muy pronto se vuelve amarillo: el metal y el alambre se oxidan al cabo del tiempo. La obra de arte no es un objeto intangible y sagrado: la modifica la intemperie de la vida real, la muerde la luz, está expuesta a los azares de mudanzas y pérdidas.

Tendemos a ver el cubismo con la reverencia y la solemnidad de lo que se ha vuelto sagrado: estos días, en el MOMA, uno de los muchos méritos de esta exposición de guitarras de papel y guitarras de hojalata y collages pegados con engrudo hace ya casi un siglo es devolvernos la carcajada de celebración y desafío, el descarado humorismo que está en el origen del arte moderno, la gran broma en serio de Picasso.

Picasso: Guitars 1912-1914. MOMA. Nueva York. Hasta el 6 de junio. www.moma.org

Por Antonio Muñoz Molina


tomado de El País de Madrid - 26 de febrero de 2011

jueves, 3 de marzo de 2011

Solitarios bajo las luces de neón

Edward Hopper (Nyack, 1882-1967), pintor realista que retrató el aislamiento, la soledad y la melancolía del siglo XX norteamericano. Permaneció al margen de las experimentaciones cubistas de franceses y españoles, pero fue influido por Velázquez, Goya, Daumier y Manet, cuya obra había conocido a través de sus profesores. La mayoría de sus obras tienen como escenario el estado de Nueva York o Nueva Inglaterra: calles desiertas, teatros medio vacíos, estaciones de gasolina, vías de ferrocarril. Aunque su obra se mantuvo al margen de las principales corrientes abstractas del siglo XX, su estilo simple y esquemático fue uno de los que influyó en la vuelta al arte figurativo posterior y en el Pop Art.

Los halcones de la noche - Nighthawks - 1942 - The Art Institut of Chicago

Es de noche, no llueve y tampoco hace frío. Sin embargo, no hay nadie por la calle. Cosa rara, porque la escena transcurre en Nueva York. Quizás sea así porque nos encontramos en un barrio relativamente tranquilo, el West Village, o tal vez porque estamos en el año 1942 y no corren buenos tiempos en el mundo. Tal vez los ánimos no estén demasiado para salir a la calle, tras la reciente entrada de los EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial.

El cuadro que contemplamos es conocido en español con el título de "noctámbulos", pero yo prefiero la tradución literal del inglés: nighthawks, "los halcones de la noche". Fue pintado por Edward Hopper (1882-1967) y es una muestra eminente del realismo pictórico norteamericano de mediados del siglo XX.

La escena que transcurre ante nuestros ojos es inquietante. Estamos en uno de esos bares que allí llaman diners, breves estructuras prefabricadas, con sus conocidos asientos circulares anclados en el suelo y sus amplias cristaleras. En este caso, el interior está fuertemente iluminado y, aunque no podamos precisarlo, parece que la luz de unos fluorescentes se proyecta de forma espectral al exterior y alcanza a mostrarnos un anuncio de puros norteamericanos que corona la fachada del bar e incluso los vacíos escaparates de la tienda que hay al otro lado de la calle, donde una caja registradora es el único objeto que alcanzamos a ver.

Pasemos al interior, aunque no encontremos la puerta de entrada. Sólo hay cuatro personas: tres clientes y un camarero, quien viste de blanco y está a lo suyo; tal vez fregando o preparando una copa. Los dos clientes masculinos visten traje de chaqueta y cubren sus cabezas con sombreros. ¡Cosa extraña tratándose de un interior en el que no se está de paso! Uno de esos hombres está sentado, de espaldas a nosotros. Parece ensimismado en su soledad. Frente a él, en el otro lado de esa imposible barra triangular del bar, sin salida alguna, hay una pareja, aparentemente también sentada. No se miran, no se hablan: parecen también pensativos. Pero el casi imperceptible gesto de sus manos, tan próximas, los delata. Han llegado hasta allí juntos, pero no hablan entre sí. Él fuma; ella tiene algo en su mano derecha: un pretexto para tener su mirada y su mente ocupadas. Una jarras son la única compañía de ambos. ¿Habla con ellos el camarero?

Esos son los "halcones de la noche": los solitarios en una gran ciudad donde, a primera vista, la soledad parece imposible, pero resulta bien real. Como la que podemos hallar en esa pareja cuyos miembros, en el fondo, están tan solos como el hombre que tienen frente a ellos. No son aves de rapiña. Son halcones de la nocturnidad. Gentes que salen a anochecer buscando una compañía que no encuentran... aunque estén acompañados. Fríos, como la luz que los inunda. Solos, como lo está la calle a la que tal vez no se atreven a salir. Nadie que mire este cuadro con detalle puede quedarse impasible ante lo que ve en él, en su claustrofóbica sencillez. Con tan pocos elementos visuales, Hopper ha creado uno de los más desgarradores alegatos hechos en la pintura moderna sobre el tema de la soledad del hombre contemporáneo.


Parcialmente tomado de enseñarte.blogspot.com

miércoles, 2 de marzo de 2011

Arte y futbol - la obra de Federico Arnaud

El arte conceptual es una nueva forma de hacer arte dando prioridad a la idea sobre el objeto.
¿Cuál es la idea y cuál el objeto en el caso que nos ocupa?


“El juego de los milagros”, así se denomina la obra, escultura en madera, de 83 x 112 cm. del joven uruguayo Federico Arnaud. Fue seleccionada por Harald Szeemann, ex director de la Kunsthalle en Berna para integrar la exposición de arte llamada “ Mundos redondos de cuero” (Rundlederwelten) que se realizó en Alemania con motivo del Campeonato Mundial de Fútbol 2006.Federico Arnaud estuvo expuesto junto a artistas de la talla de Andy Warhol, Anri Sala, Andreas Gursky y muchos otros en el Museo Martin Gropius Bau en Berlín.


El objeto – escultura elegido es un juego, un futbolito que nos sorprende con lo imprevisto, con una resignificación del objeto mismo, una mesa de madera rústica, realizada con materiales reciclados, adornada con borlas acordonadas y envejecida por el implacable paso del tiempo, que a la vez le otorga una dignidad propia del objeto ritual. El futbolito, un objeto cotidiano se transforma en un nuevo altar barroco. Esta mesa en la que parece ofrecerse un oficio religioso hay una búsqueda de lo trascendente en ese estado tensional que provoca la dualidad Cielo – Tierra. La obra de Arnaud presenta elementos vinculados con el constructivismo y la Escuela del Sur y la influencia importante de los alumnos de J.Torres García.

“El juego de los milagros” es una obra barroca en lo formal. Arnaud siente el fuerte impacto de su viaje a Méjico. Había vivido en Europa y sin embargo nada lo conmocionó tanto como su percepción del barroco virreinal. En una entrevista que le realizara en el año 2001, reconoce que allí está el origen del hombre latinoamericano, y que ese arte está vinculado con elementos muy arraigados a la cultura popular.

El barroco europeo soportó el sincretismo, se fundió con la cultura americana o bien con una cultura nueva que nació a partir de la Conquista de América.

La cancha (el ploteo de un cielo) es el escenario para la dramatización de un símbolo. “El significado de un símbolo es la asociación de una palabra con imágenes (íconos), es su potencial para engendrar sueños”, dice el semiólogo Pierce.

Sorpresivamente esa cancha es un cielo, el Cielo, el espacio dramático donde se juega un partido, donde se desarrolla la acción que es “El juego de los milagros” y donde los protagonistas son figuras religiosas. Allí radica el misterio, la ambigüedad. Es el juego de los dioses, parece insinuar Arnaud. Allí están la Sagrada familia, José, la Virgen, Jesús crucificado, el Sagrado Corazón de Jesús, el ángel anunciador. Lo lúdico se hace presente para plantearnos al futbolito como un gran signo de interrogación. Arnaud invita al espectador a nuevas percepciones. Se pretende romper con la credulidad de la imagen para instaurar una nueva forma de mirar al sesgo y comprobar con escepticismo que nada es lo que parece ser.

Esos protagonistas son símbolos populares de la cultura occidental cristiana, que cambiados de contexto generan ideas y reflexiones nuevas. Quizás sea un intento de desacralizar determinados mitos. El futbolito es un tópico que plantea la incertidumbre y que a la vez seduce.

El artista transita por el terreno ambiguo de la ironía en el que se manifiestan roces, fricciones entre significantes y significados y se abren hipótesis que se multiplican al infinito. Esa apertura de lecturas múltiples marca una constante típicamente barroca.

Hay un juego que es una incógnita. El hombre cree tener las riendas, y sin embargo aparece la idea de una manipulación exterior que lo trasciende. Queda planteada la incertidumbre acerca del destino humano. A Arnaud le interesa jugar con el espectador y con la comunicación de una manera muy especial como lo hace el arte conceptual, de ahí nace su admiración por Joan Brossa y por Antoni Tapies.

El futbolito es la condensación de dos mundos, el sagrado y el profano en una sola imagen. El orden parece haberse invertido, el Cielo ha bajado a la Tierra y los espectadores de esta Copa del Mundo han tenido la oportunidad de pensar y cuestionarse frente a este objeto-juguete-altar disparador de emociones y dar sus propias respuestas.

Federico Arnaud nació en 1970, en Salto, Uruguay

David FeBland, reflejos humanos


Hace algunos años, David FeBland empezó a pintar cuadros que expresaran los más primitivos impulsos establecidos en el contexto de los espacios públicos. Fue un aumento de absoluta libertad creativa, imbuido por el anonimato de figuras callejeras.
FeBland expresa el demonio interior que posee a muchos seres humanos, su falta de valores morales o como los instintos más terribles se han apoderado de ellos.
A modo de catarsis respecto a sus propios demonios interiores, FeBbland aprovecha su estancia en Nueva York, como escenario perfecto para el reflejo de una vida poseída por el dolor, la falta de empatía y la crueldad.

"Esos cuadros eran oscuros, llenos de gente y monocromáticos. A medida que me sumergía más y más en el proyecto, me encontré como un inesperado conflicto comienza a emerger. Mientras caía más profundamente en el amor con el acto de pintar, mi trabajo se hizo más resonante. Mi pincel, mi paleta, la representación de la luz y el aire.... Las pinturas me resultaban más hermosas. Hoy veo la conexión entre algunos de mis temas y mi método de representación como una fuente de fuerza y de subversión. Es un acto voluntario de seducir al espectador a estar conmigo en el lienzo."



El trabajo de FeBland explora un mundo pictórico con un telón de fondo espacial que nos remite a un espacio interior, poblado de fantasmas y figuras de pesadilla o simplemente seres sufrientes, como si a través del tiempo, Van Gogh o Toulousse-Lautrec volvieran a tomar el pincel.



Tomado de carmensabespoesiayarte.blogspot.com

La mayor estafa de la historia

Por Juan Carlos Botero / El Espectador / Colombia

Un fantasma recorre el mundo del arte: la estupidez. Y las últimas subastas de arte contemporáneo en Nueva York lo demuestran. Bastan dos ejemplos.
Sotheby’s remató Pareja, de Rachel Whiteread, a quien calificó como “la escultora más famosa de nuestro tiempo”, y definió la pieza con las mismas palabras que se necesitan para hablar del arte de un maestro como Francis Bacon o Lucian Freud: “profunda reflexión” y “valiente introspección”. La obra parecía un par de bañeras blancas, casi idénticas. La compró el Museo Metropolitano. Y pagó una fortuna.

Sotheby’s también ofreció la obra de Bruce Nauman, Violines Violencia Silencio: tres palabras en luces de neón, puestas en forma triangular. ¿Su precio final? Más de cuatro millones de dólares.
El arte contemporáneo está en crisis, y además es una estafa. Los mayores responsables son tres: los creadores por hacer estas piezas absurdas, los críticos por exaltarlas, y (quizá el peor de todos) los compradores, porque al pagar esos dinerales las promueven, avalan y legitiman como “obras de arte”. Antes, millonarios como Frick o Morgan compraban cuadros hermosos de grandes maestros. Hoy, coleccionistas como Pinault o Saatchi compran piezas que, a menudo, ni siquiera son aptas para el público por grotescas y horrendas.


Sin embargo, cuando alguien señala que estas piezas son banales y sus precios un engaño, sus defensores vociferan: el arte cambia, y si nos oponemos a su evolución la creatividad se atrofia. Esa tesis es falsa. La gente no rechaza la evolución en el arte. Rechaza la estupidez. Más aún: es un placer recorrer los grandes museos para admirar las diferentes épocas artísticas y estudiar los cambios estéticos. Es decir: la evolución del arte.
Lo cierto es que a pesar de las diferencias de estilos y épocas, los pintores de todos los tiempos compartían un mismo objetivo: crear belleza y brindarle al espectador placer estético. Así se hizo durante milenios. Hasta el siglo XX. Hoy, el artista sólo busca asombrar al público. Pero, como dijo Borges: “Si el fin del poema fuera el asombro, su tiempo no se mediría por siglos, sino por días y por horas y tal vez por minutos”. Estas obras no sólo son banales, en efecto, sino también efímeras.
Un artista debe crear la pieza que quiera. Eso no se cuestiona. Si Piero Manzoni quiso envasar sus materias fecales en latas y venderlas como obras de arte, allá él. Lo grave es que la crítica aplauda esa tontería y que los galeristas paguen fortunas por lo que el italiano tituló, con razón, Merde d’ Artiste.
Woody Allen afirmó: “Algún día alguien se va a presentar en un teatro y va a vomitar en el escenario. Y no faltará la persona que diga que eso es una obra de arte”. La sociedad, sin duda, tiene el arte que se merece.
Antes, el arte ennoblecía la vida, elevaba el espíritu y embellecía la existencia. Ahora, como estos creadores son incapaces de lograr esas metas superiores, afirman con desdén que ésa ya no es la intención del artista. Qué raro. Fue la meta durante milenios, la razón de ser del arte. En cambio, hoy nos debemos extasiar con las bañeras de Whiteread y los tubos de neón de Nauman. Y exclamar que son geniales. En suma: ésta es la mayor estafa en la historia del arte, y ya es hora de denunciarla.

Tomado de arteytextos.blogspot.com